viernes, 11 de septiembre de 2015

_____El Señor de la Noche (I)


Estaba en la cima. Estaba tan seguro de que nunca podría descender que cada día me daba el lujo de disfrutar un poco menos de lo que antes me había parecido lujoso y exclusivo, ansiando encontrar algo aún más único e inaccesible que me volviera a despertar. Mis amigos me llamaban "El señor de la noche" por el éxito indiscutido de mi late show en la televisión pagada, y por mi habilidad envidiable para conseguir modelos de team en los clubes de la ciudad, mientras Laura, mi esposa de portadas de revista -que también era modelo- se quedaba en casa ocupándose de sus cosas.

Todo el mundo me admiraba, tenía mi cortina musical al volver de comerciales, tenía el auto que todo el mundo quisiera manejar, una casa en Vitacura (el barrio más top de Santiago), tantos amigos y amigas que ya casi había empezado a olvidar su nombre, un cuarto de ropa que valía millones en vestuario de diseñador, y sólo comía y bebía de lo mejor en los antros más cotizados. Tenía una casa en Zapallar y acababa de firmar por una nueva serie de anuncios con una marca de retail. Me levantaba a cierta hora, eso sí, preparaba responsablemente mis entrevistas y mis invitados y el aplauso del público nunca se hacía esperar, paracía casi tan natural como el cabello de Laura, o como la piel bronceda de Laura, o como los senos de Laura, o como sus labios carnosos. Lo tenía todo, sí señores, yo lo tenía todo.

Pero entonces supe que él vendría desde España a visitar el país nuevamente, supe que no daría entrevistas excepto a una persona, supe que no quería aparecer en televisión abierta, supe que quería contar su historia familiar y su vida antes de convertirse en uno de los futbolistas más cotizados del viejo continente, supe que también quería aclarar los detalles de su ruptura con la venelozana de las teleseries, supe que estaría en mi late show. Sí, en mi-late-show.

Mientras el productor terminaba de darme instrucciones y los demás periodistas hacían fila para felicitarme y los coordinadores de piso me sobaban el lomo y sonreían agradecidos y los contadores se preparaban para agendar los nuevos contratos publicitarios, yo simplemente sudaba. No pude escuchar más palabras que esas. ¡Qué hjo de puta! De pronto le daba por hablar con los medios y tenía que ser ahí, conmigo, sin ninguna opción de reemplazo, en una charla "cercana e íntima", sin público, en un programa especial que tendría a toda la audiencia masculina y femenina colgada del televisor.

Supe en ese instante que mi vida se iba por un tubo, dije que me sentía mareado, que necesitaba agua fría y me retiré a mi oficina-camarín. Adriana, llegó rauda, la hice pasar de inmediato y me abrazó fuertemente. Lloré en su hombro y ella, como siempre, me consoló como sólo una amiga-madre-hermana podría hacerlo con su alma gemela. "Tranquilo", me decía una y otra vez con su calmada voz celestial. "Tranquilo, no dejes que te dañe otra vez", repetía mientras veía como una pesadilla comenzaba a alarmar cada parte de mi cuerpo, me derrumbaba sin salida alguna. "No he podido olvidarlo, no puedo...", le contesté sollozando sin parar. Miré mis ojos hinchados, mi cabello comenzando a caer, mi traje desordenado, mi rostro humedecido y mi derrota completada en la mirada triste de Adriana. Su teléfono comenzó a sonar y le informaron que él había llegado en su motocicleta, como siempre fiel a su estilo de chico rebelde del fútbol. Había llegado para destruir todo el imperio que había construido en forma de una trampa de la que no tenía escapatoria.

Ella me miró con miedo, tanto miedo que supo que debíamos cancelar a como diera lugar la entrevista. Ella lo sabía todo. Salió corriendo de mi oficina jurándome que no lo permitiría, que no me expondría de esa forma y...

(Continuará...)


Fotografía de Alanquido en Morguefile. Editada por Milza López.

Milza López, 2015.
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